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Diario YA


 

la gallera

Trabajar, trabajar y trabajar

José Escandell. 27 de diciembre. 

Es llamativo que, para muchos, el compromiso social se muestra en las actividades de voluntariado. Uno tiene conciencia solidaria si contribuye a los trabajos de alguna ONG, participa en reuniones, da alguna moneda en una cuestación o se pone un lazo de algún color en la solapa. ¿Acaso es esa la única forma de sentido social que cabe?

Hace unos años, antes de la instauración del régimen democrático en España, el ideal de vida era el del trabajador. Nada más honorable que gastar los años en una perseverante laboriosidad, en el campo, en la fábrica o en la oficina. Las manos encallecidas o el cabello encanecido eran la presea del hombre honrado. Han pasado los años y la palabra «trabajo» no trae a la mente más que su carácter de tortura.

Una de las razones de este cambio puede estar en la transformación de la estructura laboral de España. Antaño teníamos un tejido productivo primario que, con sus limitaciones, ponía en el mercado artículos de la minería, del mar o del campo. Luego había un amplio sector de profesionales secundarios, pero soportados en el cimiento de la producción agrícola, industrial y pesquera. Creo que la destrucción del sector productivo y la reducción de España a la condición de país de servicios han hecho del trabajo algo alejado de la vida en sus dimensiones básicas. El trabajador ya no tiene sus manos metidas en la materia de la naturaleza, ya no ordeña vacas ni abre surcos en la tierra. Es ahora el trabajo adornar la vida de los satisfechos, que son los que pueden pagar, mientras el Estado todopoderoso se ocupa de solventar lo básico.

Hay un alejamiento respecto de la naturaleza y el hombre se hace extraño a sí mismo. Al mismo tiempo, el trabajo está acotado por el Estado tanto en su comienzo como en su desarrollo y su término. Nadie puede trabajar hasta que el Estado le declara apto, aunque sólo sea por razones de edad. Luego, la legislación laboral y fiscal hace del trabajador un sujeto cuyos secretos son administrados por un Estado protector. Y finalmente, la jubilación cae sobre los trabajadores y aparenta ser premio lo que no es, en la mayoría de los casos, sino expropiación forzosa. ¿Por qué ha de ser jubiloso jubilarse a la fuerza? Sin embargo, parece que casi todo el mundo está deseando que le jubilen.

El horizonte de la vida se sitúa en el no trabajo, fuera de la oficina y de la fábrica. El trabajo es oneroso por naturaleza y, por lo general, aunque resulte gratificante, incluye siempre una dimensión de dificultad y carga. Mas lo que es un hecho elemental, universal e inevitable puede ser vivido con algún resentimiento. Y es el caso. La psicología corriente es la de quien mira el trabajo como algo ajeno y superficial. Hay un despego fastidioso hacia el trabajar y se suspira por una Arcadia feliz en la que por la mañana se va al golf y por la tarde se sestea hasta que llega la hora de salir de paseo. Como en la películas futuristas, nadie piensa en que alguien ha de poner aceite en los ejes de las maquinas o reparar los vehículos fantásticos. Nunca como ahora ha cundido tanto la mentalidad de fin de semana. Del trabajo se huye y quien puede lo evita.

Se trata, en fin, de una nueva enfermedad. El hombre es esencialmente trabajador, y si renuncia a vivir de acuerdo con este carácter, se aliena. Ya no es tanto que el trabajador haya sido desposeído de su fuerza de trabajo por obra del explotador capitalista. Es que el español actual se desposee a sí mismo de su condición de trabajador para soñarse en un mundo dichoso sometido por completo a la voluntad del Estado bienhechor. ¿Qué menos, si uno ya lo tiene todo, que hacer algo en una ONG?

 

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