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Diario YA


 

Bonapartismo

Ángel David Martín Rubio. 31 de diciembre.

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Es verdad que los episodios históricos son impredecibles e irrepetibles pero hay en la naturaleza humana algunas constantes que aportan al comportamiento en sociedad elementos fácilmente reconocibles en acontecimientos separados por el espacio y por el tiempo. Un ejemplo son las distintas fases por las que suele atravesar una revolución y otro, que estos procesos suelen acabar desembocando en lo que se ha llamado bonapartismo.

El término fue acuñado por Carlos Marx cuando, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, describió un tipo de régimen burgués en el que pareció estabilizarse la agitada historia francesa a mediados del siglo XIX, después de los ciclos revolucionarios anteriores. Napoleón III parecía llamado a consolidar el orden nacido de la Revolución francesa desarticulando al mismo tiempo la potencia creadora de los sectores sociales que la habían protagonizado (como es el caso de la burguesía) y frenando la evolución del proceso. Diríamos que se convirtió en el domesticador de leones que cree reproducir en el corto escenario de su jaula la potencia del rey de la selva en libertad. La situación tan inestable de quien alimenta al que habrá de devorarle permite a Marx retratar la deshonrosa tarea del bonapartismo en estos términos:

«Esta misión contradictoria del hombre explica las contradicciones de su Gobierno, el confuso tantear aquí y allá, que procura tan pronto atraerse como humillar, unas veces a esta y otras veces a aquella clase, poniéndolas a todas por igual en contra suya, y cuya inseguridad práctica forma un contraste altamente cómico con el estilo imperioso y categórico de sus actos de gobierno, estilo imitado sumisamente del tío».

Esta referencia a Napoleón Bonaparte, de quien Napoleón III era sobrino, nos recuerda que fue probablemente la obra del Corso el tipo más acabado de bonapartismo. Su coronación como emperador lleva a la Revolución Francesa a concluir en una tiranía que ni siquiera pudieron imaginar los que definían a Luis XVI como monarca absoluto. Y, desde luego, hay algo de grotesco y de histriónico en ver a un hijo de la revolución adornado con las galas que no hubiera reclamado para sí ni un sátrapa oriental. Sin embargo, Napoleón iba a extender en pocos años las ideas revolucionarias por toda Europa sometida a las botas de sus Ejércitos haciendo más por la derrota de los ideales tradicionales que todos los guillotinadores de las etapas anteriores. La etapa bonapartista de una revolución es la más difícil para los que siguen fieles a las ideas derrocadas por el proceso; así los católicos de La Vendée, resistentes hasta el exterminio frente a las ideas anticristianas de la revolución, cayeron ahora seducidos por la retórica conservadora del tirano.

El fenómeno se repite en otros muchos procesos revolucionarios, tanto si son de naturaleza socio-política como religiosa. Por si alguna vez os encontráis con un bonapartista podéis reconocerlos en las siguientes características que todos ellos tienen en común:

― Establecen una aparente paz interior que resulta especialmente cómoda para los conservadores porque recuerdan el orden como una de las características más añoradas del estado de cosas anterior a la Revolución.

― Han pasado de la oposición al poder y los mismos que ayer socavaban todo principio de autoridad son ahora los súbditos más rastreros que reclaman una obediencia servil hacia el que manda.

― En su afán de contentar a todos acaban poniéndolos a todos en su contra y esta inseguridad práctica se contrapone con el estilo imperioso y carismático de su forma de ejercer el poder.

― Niegan el conflicto existente en el interior de la sociedad que regentan y prefieren lanzar a sus leales a empresas en el exterior.

― Hacen compatible el mantenimiento de los principios e instituciones revolucionarias con magnánimas concesiones a los que siguen apegados a formas anteriores; de manera que estos les tengan que agradecer como dones venidos de sus manos cosas a los que tienen derecho por la propia naturaleza de las cosas.

― Adoptan formas exteriores (vestidos, ceremonias, protocolo…) propias del orden derrocado que aparecen así desprovistas de todo contenido dando a los ahora aupados en el poder tonos de una hilarante comicidad.

― Parecen situarse en una teórica equidistancia de las posiciones extremas, no son ni revolucionarios ni tradicionales pero, en la práctica, hacen avanzar cada día a la revolución hasta extremos con los que no pudieron soñar sus más radicales defensores.

*

Si no fuera porque los resultados de su obra son trágicos, los bonapartistas serían cómicos. Napoleón sembró de cadáveres Europa, desarticuló las instituciones del Antiguo Régimen allí donde pervivían y cercenó toda capacidad de resistencia. Quien quiera salvar el caos que provoca una revolución, sobre todo si es en el terreno religioso, estará obligado a luchar contra los bonapartistas con más coraje y perseverancia que contra los vandálicos destructores de la ciudad y del templo. 

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