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Diario YA


 

Julio Rodríguez, antiguo JEMAD en la época de Zapatero

Un General en camiseta

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio en Radio Inter. Si quedaba todavía algún ingenuo español que hubiera depositado su confianza en el Ejército para que, como dijo Spengler, fuera la última instancia para salvar la civilización (o, en este caso, España), puede muy bien ir despertando a la cruda realidad de lo que es la milicia actualmente en nuestro país. Dejando, de nuevo, a un lado las excepciones (que a Dios gracias siempre las habrá), a ciertos niveles del escalafón militar lo que tenemos no es otra cosa que la misma casta progre-liberal que ha destrozado nuestra Patria.

El caso del general Julio Rodríguez, antiguo JEMAD en la época de Zapatero, que se ha entregado a la causa podemita (suponemos que para hacer con las Fuerzas Armadas lo que todo enemigo de la Patria desea hacer con unas Fuerzas Armadas), no es ni el único caso, ni el más grave, ni tampoco la excepción, por desgracia. Es la expresión de una tónica general, la de unos altos mandos de los ejércitos que lo que desean de verdad no es librar a España de sus males, y de paso salvar a los españoles, sino hacer carrera política para tener cada vez más dinero y más poder.

Lo mismo que sus "primos", los que se sientan en el Parlamento. Ser un alto mando militar, nada menos que un ex JEMAD (Jefe Mayor de la Defensa), y entrar a formar parte de un partido político que evidentemente es marxista, y por tanto internacionalista, y por tanto enemigo de las naciones y, por causa del estúpido pacifismo que abrazan las izquierdas modernas, necesariamente antimilitarista, constituye un acto de desprecio a las virtudes que deben adornar a todo soldado. No se puede servir a la Patria y a la vez discutirla. No se puede defender a tu país y a la vez ayudar a sembrar la semilla del odio, de la división y del enfrentamiento que siempre ha buscado la izquierda radical. No es posible hacer compatible el sano orgullo patriótico de un español de bien con un proyecto que atenta contra el Bien Común y la paz social, como es el de Podemos y Pablo Iglesias.

España ha sido cuna de hombres que se dieron a la milicia y que honraron a nuestra Patria común con su valor y espíritu de sacrificio, que dejaron la salud y la vida en la defensa de nuestra amada España. Hombres que hoy son calificados despectivamente como "fascistas" por historiadores apesebrados y periodistas corruptos, pero que para muchos españoles de bien son verdaderos héroes nacionales. No citaré ningún nombre para no dejar otros fuera, pero están en las cabezas de muchos de ustedes, y de la mía también. En la cabeza y en el corazón. Por eso, causa verdadero estupor, una mezcla de vergüenza ajena e indignación, ver el ejemplo de este hombre, entregado ahora a una carrera política que a buen seguro le permitirá sentar sus nalgas en el Congreso de los Diputados, y quién sabe quizá si ser ministro, en un Gobierno que hará todo lo posible por terminar de hundir España.

Por aumentar los odios y los rencores, por multiplicar el número de niños abortados en los vientres de sus madres, por dejar que cada comunidad que lo desee pueda convertirse en nación (como va a hacer Cataluña), y por supuesto, por multiplicar la irrelevancia de nuestra presencia militar en el exterior. Lo de menos, créanme, es si el Gobierno de Rajoy le ha echado, o se ha ido él a la reserva antes de que lo echaran. Nos importa poco. Es impropio de un militar de alto grado comportarse de semejante manera. Insisto, no por el hecho de dedicarse a la política, que entre primos hermanos nos parece hasta normal. Sino por haber elegido a un partido evidentemente antiespañol que busca el debilitamiento y la decadencia de una nación antaño fuerte y pujante.

Pero en la España del Imperio los hombres de la milicia no iban en camiseta de manga corta ni se juntaban con mequetrefes de baja estofa. Aquellos hombres que abrieron las fronteras del mundo estaban hechos de otra pasta. Aquellos soldados, aquellos capitanes, aquellos generales españoles miraban al Cielo y a su bandera con el mismo orgullo; en su pecho latía un corazón lleno de amor a España. Por eso fuimos tan grandes. Hoy, de aquellos hombres ya no queda ni el recuerdo. Los españoles de hoy se han encargado de borrar sus nombres hasta de los libros de Historia.

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