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Diario YA


 

Los que van a ser los nuevos poderosos, a veces un estrecho círculo de profesionales de la cosa, no son más que falsos revolucionarios

PODEMISMO

José Vicente Rioseco. Se dice que cuando los dioses quieren destruir a los hombres, primero los encumbran, los elevan, los llevan a la cima; para después cuando los hombres se creen tan grandes como los dioses, les dejan caer, dejando de apoyarlos, o más aún, les empujan a los abismos para que la destrucción sea completa. Así ha sido en la historia de los hombres y de los pueblos y así sigue siendo.
    No es la ceguera, ni el desconocimiento lo que corrompe a las personas y a los estados. Durante excesivo tiempo, no se les oculta hacia donde les conducirá el camino emprendido. Pero existe un instinto, favorecido por su propia naturaleza y por la costumbre, al que no puede resistirse y que, una y otra vez, les empuja hacia el error y la destrucción, mientras en ellos reste algo de fuerza. Admirable es aquel que sabe vencerse a sí mismo y escapa del camino equivocado. La mayoría ve la ruina ante sus propios ojos y aun así se precipita en ella.
    Cuando los sabios gobiernan a los pueblos, lo hacen desde el conocimiento y la prudencia. Son escogidos entre los más ancianos, conocidos por las gentes del pueblo, que ven en ellos a aquellos que durante un largo tiempo supieron encauzar su trabajo, crear riqueza, protegieron a los suyos, fueron justos y estuvieron lejos de las utopías peligrosas que podían poner en peligro a ellos mismos, su familia o el grupo. Platón decía que para gobernar se escogerían a los mejores y “si no aceptasen se les obligara”.
    En la democracia del mundo occidental en que vivimos a nuestros gobernantes no se les escoge por el conocimiento que se tiene de ellos, de su capacidad para crear riqueza, o por lo bien que supieron dirigir a su grupo, o por las virtudes cívicas ya demostradas. Se les escoge por su capacidad de influir en el votante de que ellos deben ser los elegidos. No importa que jamás hayan dirigido, gobernado o ni siquiera administrado con éxito la más pequeña empresa. Por el contrario, son los grupos los que escogen no al más capaz para gobernar si no al más capaz para llegar al poder. Porque si se elimina la parafernalia de adornos y galones, de músicas y panfletos, y se analizan a  fondo sus “imponentes” discursos, aparece con fuerza el ansia por el poder que tanto anhelan y codician. El poder es la meta, no el buen gobierno del pueblo.
    En las democracias actuales, los cambios en los gobiernos no se hacen tanto para conseguir mejores gobernantes, cuanto como castigo a aquellos que consideramos que no merecen nuestra confianza. De esta forma lo que de verdad contribuye decisivamente a engrosar las filas de los nuevos candidatos al poder es la sensación de necesidad de un cambio inmediato.
    Los que van a ser los nuevos poderosos, a veces  un estrecho círculo de profesionales de la cosa, no son más que falsos revolucionarios que ni tienen, ni luchan por ninguna ideología concreta, y van cambiándolas por el camino, según convenga, con un único fin: la conquista, afianzamiento e incremento del poder personal. El bien del pueblo no importa; ni se considera. El pueblo es el instrumento para conseguir el poder.
    Al pueblo, para conseguir su voto hay que darle hipotéticas evidencias creadas a base de tópicos y resentimientos que alegren al insatisfecho votante.
    Todos los pueblos en algún momento esperan oír las profecías de un salvador, y en todo tiempo parte del pueblo está convencido de que el salvador ha llegado. No le importa, a esa parte del pueblo que espera al salvador que este jamás hay demostrado sus capacidades de gobernante o tenga un historial de éxitos. Ni siquiera le preocupa de que insista que el camino de la salvación es el camino trillado que ha llevado al desastre a otros pueblos. Solo les importa la retórica, el cómo se enfrenta a aquellos que nos han desilusionado, la novedad de atreverse a decir las utopías rancias que han demostrado no solo su inutilidad sino también su peligro.
    Y esta es la forma en que los dioses dejan de apoyar a los pueblos para llevarnos a los abismos, a las guerras o frecuentemente a la falta de libertad. Porque si la cosa económica es muy importante en la vida de los pueblos y al gobernante que no ha sabido llevarnos por el camino del buen gobierno se le debe castigar apartándole del poder, en ningún caso eso se debe hacer a costa de la libertad.
    Así llego el fascismo y el comunismo, y así se pierde la libertad.

josevrioseco@gmail.com
 

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