Principal

Diario YA


 

Es decir, que se avergüence el que piense mal de esto, en román paladino

HONNI SOIT QUI MAL Y PENSE

Manuel Parra Celaya.
    Es decir, que se avergüence el que piense mal de esto, en román paladino. Porque este artículo trata de literatura, como podrán ver ustedes, solo de literatura.  A este humilde articulista nunca le dado por empezar a escribir una novela; quizás le ocurre como a don Eugenio d´Ors -salvando las distancias, claro-, que confesaba que no sabía narrar, y la razón era que mi natural inclinación, cuando encontraba las narraciones bajo mi mirada, es dejarlas quietas: Lo cual no significa, en modo alguno, dejarlas inertes.
    Amparándome, pues, en las palabras de este ilustre precedente y maestro, no he querido nunca pasar por el ridículo calvario del españolito que, con su texto bajo el brazo, recorre editoriales para recibir corteses excusas o directas negativas. No obstante, ante los momentos actuales, he sentido la comezón de idear personajes e hilvanar situaciones novelescas, inspirados ambos en la vida real de España.
    Entre estas dudas, vuelvo la mirada a los clásicos (Todo lo que no es tradición es plagio, decía también bueno de Xenius) y me pregunto, en caso de ceder a la tentación de narrar y caracterizar, qué modelo escoger, en qué personajes fijarme como referentes, qué léxico utilizar o, de forma más descarada, qué estilo imitar y qué tipo de novela es la más adecuada.
    La novela histórica está hoy muy trillada, y en ella brilla con luz propia D. Arturo Pérez-Reverte, pero pronto se darían cuenta él y los lectores de mi ejercicio de aproximación a su maestría; en caso de releer los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez-Galdós, corro varios riesgos: que en mi Autonomía no siente bien el apellido de nacionales para tratar de lo acaecido en España y que me tope con la Sagrada Inquisición de la memoria histórica y democrática, y pueda ser encausado por hacer apologías, ya no del franquismo, que no me atrevería, sino de Prim, de Espartero o del almirante Méndez Núñez, que seguro que serían motejados de prefascistas; de todas formas, no dejo de pensar lo bien que quedaría un paralelismo literario entre el Episodio galdosiano dedicado a la I República, con sus insurrecciones y disturbios cantonalistas, y el Estado Autonómico actual.
    Descartado el abuelo Galdós, también renuncio, por si las moscas, a fijarme en el Pío Baroja de “Aviraneta”, por lo que tenía de conspirador y de golpista, tampoco en Ricardo Fernández de la Reguera,  y no hablemos, ni por asomo,  de Rafael García Serrano…
    La novela social está definitivamente pasada de moda; además, hoy no tiene sentido airear las necesidades de los de abajo (contratos de trabajo, paro, EREs, pensiones…), pues ya sabemos que con este gobierno de izquierdas solo existen problemas sociales en la Comunidad de Madrid.
    Una introducción en la novela policíaca me parece vulgar, y, en todo caso, mi principal modelo sería Francisco García Pavón, con el recordado Plinio, pero su narrativa está repleta de burlas, ironías e invectivas hacia minorías oprimidas, con lo que se levantarían en armas el colectivo feminista y el poderoso lobby LGTBI, ya que sus personajes manchegos hacen gala de un heteropatriarcado machista constante.
    Debo beber en otras fuentes para mi estro, y la figura de Don Ramón del Valle-Inclán surge atractiva, no tanto en su etapa modernista como en su genial esperpento; ahí sí he encontrado material abundante para adentrarme en los caminos de la narrativa, que, a la vez, tengan su toque de actualidad. Con este ánimo, repaso algunas obras del autor gallego y me atraen poderosamente sus expresiones, en las que cualquier lector podría regocijarse; véanse algunos ejemplos tomados al vuelo: chulo parásito, torvo y mesiánico, lleno de intuiciones y fulgores,, sonrisa de fachenda, falso, casquivano, timorato, pupilas de cuervo, adamando la figura bombona…;de forma maliciosa me llega a la mente una clavada referencia a la “portavoza” del Ejecutivo: chanelar el servo vulgaris; No puedo evitar un estremecimiento cuando leo que el patrono de más negra entraña es el catalán, si es que me da por incluir en mi non nata novela algo sobre los empresarios que han aplaudido los indultos; también encuentro referencias al fondo de reptiles con que se compra a los medios. Sin embargo, no se me ocurre incluir aquello de cráneo privilegiado ni buscando con la linterna de Diógenes…
    Me horrorizo con mis propios pensamientos, y echo al cesto de los papeles, simbólicamente, los folios que aún no he escrito, por si las moscas, por si caigo en el “delito de odio” sin pretenderlo. Me olvido, pues, del esperpento literario por temor al esperpento de la política española.
    No sé qué carta tomar. Y parece ahora que en mi biblioteca se ilumina el grueso tomo de “La Regenta”, de Clarín. Vuelvo a encontrar la inspiración -y la tentación- en el repaso a sus páginas, pues me viene a la mente actitudes arzobispales, que parecen claramente reflejadas en el ambiente que se respiraba en la sacristía de la Catedral de Vetusta: Algunos señores prebendados no se hablaban; otros ni se saludaban siquiera. Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía: la prudencia disimulaba tales asperezas; el maquiavelismo canónico es fiel reflejo de una gran parte de la jerarquía y el clero de tierra, que seguirá dando que hablar si Dios no lo remedia.
    “La Regenta” me ofrece, además, una galería de personajes estupendos: desde la ignorancia chulesca de Ronzal (al que solo le falta decir a los españoles que no coman carne), hasta el falaz liberalismo de D. Álvaro Mesía; desde el tontaina de D. Víctor Quintanar al equívoco Celedonio.
    Tampoco. Devuelvo a Leopoldo Alas a su estantería. Quizás, si tengo un momento de sosiego entre telediario y telediario, busque mi inspiración en Sánchez Silva, el de “Marcelino, pan y vino”, que siempre me llena el alma de ternura y de paz, tan necesarios en estos momentos de agobio veraniego, de la quinta ola del maldito virus y del camino apresurado hacia el despeñadero nacional.
                                                                 MANUEL PARRA CELAYA
 

Etiquetas:Manuel Parra Celaya