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Diario YA


 

El sábado asistí a la manifestación de Barcelona en la plaza de San Jaime, y pude vivir, entusiasmado, el ambiente en el que miles de barceloneses, con banderas españolas, catalanas y europeas, opinaban sobre el pseudo referéndum y el separatismo

Ellos y los demás ¿ESPAÑA DESPIERTA?

Manuel Parra Celaya. El separatismo siempre ha dado muestras de una característica innata, que le viene otorgada por su trasfondo ideológico de nacionalismo irredento y por su origen cultural e histórico en el romanticismo decimonónico: el victimismo. Suceda lo que suceda, se desenvuelvan de una forma u otra los acontecimientos, el recurso a la lamentación y al martirologio, cuando no a la lágrima, está servido.

El culpable está señalado de antemano -en este caso, España- y a él se deben los aciagos derroteros que han jalonado a lo largo de la historia reciente los intentos de segregación. El ridículo tartarinesco de Prats de Molló o el golpe de estado contra la II República del 6 de octubre de 1934 son muestras históricas de este rasgo. Más recientemente, en los años 80, el caso Banca Catalana evidenció cómo ese sentimentalismo victimista es capaz de ser inoculado y consiguientemente asumido por las masas alucinadas por el irredentismo. Todo esto es conocido de sobra, pero no es óbice para que las situaciones -como las cebollas o cevas, en catalán- repitan una y otra vez. Resulta que las gentes de diversos lugares de España han vitoreado y aplaudido al paso de los convoyes de la Guardia Civil trasladada a Cataluña para hacer frente al desaguisado de Puigdemont, y, entre los gritos lanzados, uno ha molestado especialmente a los separatistas: ¡A por ellos! Inmediatamente, se ha echado mano del recurso victimista y han afirmado que ese ellos se refería a todos los catalanes en bloque, y la espuria conclusión que han transmitido es evidente: ¿Veis como nos españoles no nos quieren?

Este torticero argumento ha sido aireado, claro está, por todos los medios de difusión, audiovisuales y en papel, de los que dispone la Generalidad gracias a los dineros de todos. Pero, no por casualidad, uno de los carteles que adornaban Barcelona en pro del supuesto referéndum y de la república catalana rezaba así: Si tú no votas, ellos ganan.

En este ellos nos encontrábamos todos los que queremos mantener la secular unidad de España y respetamos las leyes, desde el partido gobernante hasta la oposición civilizada, desde los economistas a los intelectuales, desde los empresarios hasta los trabajadores no sometidos a los sindicatos mayoritarios (es un decir) en Cataluña; estamos incluidos los catalanes contrarios a los planes separatistas; están incluidos los de derechas y los de izquierdas; están incluidos Marsé, Serrat y compañía, que parece que ahora han bajado del guindo.

Es decir que, para los secesionistas, hay una clara frontera entre el nosaltres (nosotros) y el ellos, que son todos los demás. Pero esta clasificación de ellos y nosotros es mucho más preocupante y peligrosa de lo que suponen los inspiradores y creadores de los carteles propagandísticos; la historia de los dos siglos pasados nos habla de esta sima abierta, como si se tratara de una maldición bíblica sobre el conjunto de los españoles.

De momento, a su lado solo se han posicionado los que se empeñan en negar la propia existencia de España, quienes quieren romperla en trozos irreconciliables entre sí; también se han ubicado en su defensa, como inevitable coro, los que pretenden hacer tábula rasa de toda una herencia cultural, religiosa, moral e higiénica.

La coreografía la forman los tontos del haba, los entregados a la ignorancia desde las aulas y un puñado de clérigos que desconocen la historia y tienen vocación de judas. Al otro, todos los demás catalanes y el conjunto de una sociedad española que ahora empieza (¡ojalá!) a despertar de la somnolencia del fútbol y de la falta de conciencia nacional; todos los que ven como cosa normal la querencia a sus respectivas patrias chicas y el amor y la adhesión a la patria de todos. A

El sábado asistí a la manifestación de Barcelona en la plaza de San Jaime, y pude vivir, entusiasmado, el ambiente en el que miles de barceloneses, con banderas españolas, catalanas y europeas, opinaban sobre el pseudo referéndum y el separatismo; al llegar a casa, me fui enterando de que, en diversos lugares de toda España, se habían celebrado actos similares: ¿está el pueblo español despertando de un mal sueño? ¿Habrá que repetir las palabras del juglar del Cid sobre el buen vasallo, etc.?

Mi deseo ferviente es que, con el avance del raciocinio y de la reflexión, no pretendan seguir abriendo brechas entre los españoles y ese ellos quede reducido, como siempre, a la minoría de recalcitrantes victimistas.

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